Del Neolítico a la globalización

Breve historia crítica del patriarcado

Comienzo de la dominación masculina. Causas. Desarrollo en la antigüedad y el medioevo. Modernidad, capitalismo y violencia patriarcal. El rol de los medios.

Adrián Duplatt
Univ. Nac. de la Patagonia
[email protected]

– Patriarcado

– Los albores del patriarcado

– La división sexual del trabajo

– Patriarcado, génesis del capitalismo y caza de brujas

– El capitalismo y la violencia sobre las mujeres

– Los medios y las mujeres

– En síntesis

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PATRIARCADO:

En términos generales el patriarcado puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexopoliticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia.

Marta Fontenla
(Diccionario de estudios de Género y Feminismos. Biblos. 2008)

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Los albores del patriarcado

El Paleolítico se extendió desde hace unos 2.800.000 años a.C. hasta hace unos 10.000 años a.C. En este período, los distintos grupos evolutivos humanos fueron nómades y vivieron de la caza y la recolección de frutos. La incipiente sociedad era poco jerarquizada y en el presente no se han encontrado evidencias de que fueran sociedades violentas. Tampoco existen rastros de desigualdad social. Dado lo antiquísimo del período del que se está hablando, los testimonios arqueológicos son escasos, por lo no se puede afirmar que el Paleolítico no fuera violento en alguna medida. La ausencia de evidencia no es la evidencia de ausencia. Pero tampoco se descubrieron en los yacimientos fósiles contemporáneos rastros de que la violencia fuera habitual. Por lo pronto, las pocas piezas prehistóricas que se encontraron señalan que en el Paleolítico las sociedades eran, en general, igualitarias en relación con el género1. Hombres y mujeres compartían tareas que eran equivalente en cuanto a su valor para el grupo. Por una cuestión física, los primeros mayormente se encargaron de la caza y las mujeres de la recolección de frutos y el cuidado de la prole.

En cambio, el Neolítico, que comenzó 10.000 a.C. y duró hasta 2.000 años a.C, sí evidenció violencia y desigualdad de género. Con la práctica de la agricultura y la ganadería, los grupos humanos se asentaron y formaron aldeas. El aumento poblacional y la acumulación material de quienes tenían ganado y tierras fundaron una sociedad jerárquica, cuna de las clases sociales. Estos cambios generaron tensiones que desencadenaron en violencias, una de las cuales se ejerció sobre las mujeres. Los fósiles descubiertos dejan ver que la sociedad del Neolítico era más violenta con las mujeres y que, además, estas se alimentaban con menos variedad y calidad que los hombres2. En este período histórico, la mujer comenzó a ser dominada por el hombre.

El aspecto violento del Neolítico fue declarado por las investigaciones arqueológicas. En la llanura de Konya, en el sur de la región central de la actual Turquía, se descubrió en los años sesenta la ciudad de Çatalhöyük. Las primeras casas, hechas de ladrillos de adobe, tienen 9.100 años de antigüedad; llegaron a vivir allí unas 9.000 personas. El profesor Clark Larsen de Estados Unidos lideró un grupo de bioarqueólogos que investigó la vida en esa ciudad del Neolítico a partir de restos de huesos y dientes. Una de sus conclusiones fue la violencia: “Una submuestra de casi 100 cráneos desvela una violencia no encontrada antes en el registro fósil… Hay muchas menos lesiones violentas en la Europa del Paleolítico…”3. El dato singular de esta investigación es que la mayoría de las víctimas fueron mujeres y las pruebas revelaron que fueron atacadas normalmente por la espalda4.

En cuanto a la alimentación de las mujeres del Neolítico, los investigadores de la prehistoria aseveran que fue peor que la de los hombres. El antropólogo de la Universidad estadounidense de Yale James C. Scott, profesor de estudios agrícolas explicó:

Hemos estudiado cuerpos de zonas donde se estaba introduciendo el Neolítico y encontramos signos de estrés nutricional en agricultores que no hallamos en cazadores-recolectores. Es incluso peor en las mujeres, donde hemos identificado una clara falta de hierro. La dieta anterior era sin duda más nutritiva5.

En el mismo sentido, la historiadora española Marta Cintas Peña en un artículo titulado “Gender Inequalities in Neolithic Iberia: a Multi-Proxy Approach”, publicado en la revista European Journal of Archaeology, afirmó que es en el Neolítico “cuando aparecen las primeras evidencias de diferencias culturales entre hombres y mujeres y que estas diferencias están asociadas con la violencia, más vinculada a los hombres”6. Su trabajo, junto a otras colegas, se basó en el análisis de 21 yacimientos fósiles distribuidos en la península ibérica y pertenecientes al Neolítico, entre los milenios VI y IV a.C. En estos yacimientos estudió antropológicamente 515 esqueletos. En la investigación encontró traumas en los huesos, proyectiles asociados a ellos en las tumbas y representaciones en escenas de violencia en los abrigos y cuevas del arte levantino, elementos relacionados con el hombre. Además, en el análisis de pinturas, ropas y piezas artesanales, llegaron a la conclusión de que en el tratamiento funerario, las mujeres fueron relegadas a un segundo plano.

Entonces, con base en la evidencia prehistórica, puede decirse que en los inicios del Neolítico comenzó una forma de subordinación de las mujeres que sentó las bases para el progreso del patriarcado. Resta saber el porqué de su consolidación.

Una hipótesis para explicar el sometimiento de la mujer especula con la diferencia física entre hombres y mujeres. El primero, al ser más fuerte, podía dominar a las segundas por amenazas o por la fuerza. Pero la dominación no siempre es así. Existen casos en que las mujeres son más potentes que los hombres y también situaciones en que los líderes son lo que ostentan habilidades sociales para imponer criterios en las relaciones, generar alianzas con otros grupos o establecer reglas sociales… sean hombres o mujeres. Es decir, las mujeres se encontraban en iguales condiciones que los hombres para imponerse en la comunidad, por lo que es poco probables esta hipótesis para explicar la dominación masculina.

La historiadora norteamericana Gerda Lerner desechó la idea de una dominación física y dejó en claro que el patriarcado es una creación cultural y no un comportamiento universal propio de la humanidad7.

Para Lerner, el patriarcado comenzó en el Neolítico a raíz de una compleja conjunción de factores demográficos, ecológicos, culturales e históricos. Explicó que en el Paleolítico la paternidad era desconocida y no se relacionaba al hijo con un padre. El parentesco se afirmaba en la maternidad. En el Neolítico, con la revolución de la agricultura y el incremento poblacional fruto del sedentarismo, surgió la noción de propiedad, p.ej., de los rebaños. Pero no solo eso. De observar a los animales, los hombres pudieron establecer la relación de padre e hijos, es decir, su rol en la descendencia. Ante esto, fue menester controlar la reproducción femenina. Que sus mujeres tuvieran solo sus hijos. Esto redundaría en que los bienes de un hombre no serían heredados por extraños y que pudieran formar grupos numerosos para su defensa.

Este proceso de reclusión de la mujer para producir hijos y transmitir la herencia por la rama paterna fue estudiado por Frederick Engels y lo llamó la derrota histórica de la mujer:

La abolición del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó las riendas también en la casa y la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos y todavía más entre los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos lugares, hasta revestida de formas más suaves, pero ni mucho menos ha sido abolida8.

El antropólogo francés Claude Levy-Strauss completó el escenario del Neolítico expresando que los grupos humanos utilizaron a la mujer como una mercancía de intercambio con otros grupos para formar alianzas o afianzar el comercio9. Un rol que la mujer aprendía desde niña.

Al respecto, Leonardo García Sanjuán, del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla indicó:

En aquellas sociedades, el intercambio de las mujeres pudo servir para crear alianzas con grupos lejanos y afianzó un tipo de organización patriarcal. Los hombres se quedaban en su lugar de nacimiento, junto a su familia, y heredaban el estatus y la riqueza de los ancestros. Las mujeres salían perdiendo, porque se iban a la aldea del marido y quedaban a expensas de su familia y su gente cercana, aunque esto no quiere decir que no hubiese mujeres de alto estatus social10.

Asimismo, un estudio sobre ADN realizado en una comunidad de alrededor de 4.000 años, que habitaba el valle del Lech, cerca de Augsburgo (Alemania), reveló que los hombres eran enterrados con sus sirvientes, que los hijos recibían los mismos ricos ornamentos que sus padres -el estatus se transmitía- y que las mujeres venían de otras aldeas, en cambio los hombres eran todos de ese lugar11, confirmando las explicaciones de García San Juan.

Pero la explicación de que las mujeres fueron solo sometidas en beneficio de la supervivencia grupal y la cohesión social a través del tabú del incesto no satisfizo del todo a una discípula de Levi-Strauss. La francesa Françoise Heritier creyó que para que dicho intercambio fuera aceptado, debía existir previamente una convicción común a ambos sexos de que las cosas correspondían que fueran así y que sus parientes hombres actuaban adecuadamente. A partir de sus estudios de campo halló que la universalidad de la subordinación femenina estaba cimentada en la capacidad reproductiva de las mujeres; ellas pueden producir niñas y, especialmente, niños. Como consecuencia, apoderarse de los vientres femeninos fue la razón del origen del patriarcado12.

Continuando con los raíles explicativos con sede en el Neolítico, la arqueóloga española Trinidad Escoriza-Maleu ratifica que en eses período, gracias al sedentarismo, la agricultura y la ganadería, comenzaron los excedentes de producción y la acumulación de alimentos y bienes materiales. En las incipientes aldeas se hicieron notar grupos humanos que acumulaban y otros que no podían hacerlo. Comenzaron la envidia y la violencia. La desigualdad social vino de la mano con la división social del trabajo13.

Escoriza-Maleu concuerda, entonces, con la mayoría de las investigaciones arqueológicas que establecen que la violencia generalizada comenzó en el Neolítico. Para ella, el sedentarismo y la sociedad jerarquizada fueron el caldo de cultivo propicio para el nacimiento del patriarcado.

En cuanto a la idea del Paleolítico libre de patriarcado, la socióloga inglesa Jay Gin la revalilda manifestando que en ese período existían clanes matrilineales -no matriarcales- y que las relaciones de género eran relativamente igualitarias. Hombre y mujeres tenían funciones y derechos separados, pero igualmente respetados14.

Otro antropólogo español, Joan Manuel Cabezas López15, dejó una afirmación terminante: el matriarcado, como dominación de la mujer sobre el hombre, nunca existió. Además, sostuvo que la agresividad no es genética, sino cultural. Cabezas López definió el patriarcado como una organización social de la reproducción y la sexualidad y enfatizó que en el Paleolítico, el género no fue un elemento estratégico de la arquitectura social.

La directora del Museo de Prehistoria de Valencia, Helena Bonet, en el marco de una exposición realizada en Valencia (España) sobre la mujer en la prehistoria, afirmó que la idea de que el hombre se dedicaba a la caza mayor y la mujer a cuidar de la prole era tan errónea como la tendencia a asociar el uso de una punta o de un anzuelo solo al hombre y no a la mujer. Bonet señaló que el registro prehistórico documenta que también las mujeres se dedicaban a la caza menor, a pescar, a cultivar el campo, a recolectar, a atender a los niños y a lo que hiciera falta. En este sentido, la exposición muestra «cómo hombres y mujeres de nuestro pasado más lejano formaron grupos de personas que se unieron para obtener mejor calidad de vida, que compartieron esfuerzos y recursos para sobrevivir”16.

Al respecto, son varios los autores que sostienen que el homo sapiens tiene unos 200.000 años y el patriarcado unos 10.000; es decir, el ser humano vivió 190.000 años sin patriarcado, lo que quiere decir que no es inevitable17.

Por lo pronto, tres puntos claros en la génesis del patriarcado son que la violencia generalizada comenzó en el Neolítico y el patriarcado, como una forma de violencia, también; otro, es que el patriarcado no es natural ni tiene una explicación biológica, sino que es el resultado de un complejo conjunto de razones económicas, ecológicas, demográficas, culturales y políticas a lo largo de la historia; por último, que el sistema buscaba controlar la capacidad reproductiva de la mujer.

La división sexual del trabajo

La socióloga argentina Eleonor Faur -entre muchas otras investigadoras y académicas- describió la relación entre el sexo y el género. Para ella, el concepto de género

(…) se refiere a la construcción social y cultural que se organiza a partir de la diferencia sexual. Supone definiciones que abarcan tanto la esfera individual (incluyendo la subjetividad, la construcción del sujeto y el significado que una cultura le otorga al cuerpo femenino o masculino), como la esfera social (que influye en la división del trabajo, la distribución de los recursos y la definición de jerarquías entre unos y otras)18.

Entonces, a partir de esas diferencias biológica, o mejor dicho, al interpretar esas diferencias, se construye cultural, histórica y socialmente el género. El género establece los estereotipos del hombre y la mujer. No se trata de un proceso natural. La filósofa norteamericana Judith Butler incluso va más lejos y afirma que tanto el género como el sexo son construcciones culturales y son el resultado de una red de dispositivos de saber/poder que se manifiestan en las concepciones esencialistas imperantes del género y la diferencia sexual. El género y el sexo son actuaciones -dice Butler-, actos performativos que son modalidades de un discurso autoritario. Lo natural es una naturalización de la construcción cultural19.

El gran problema de este derrotero es el paso de la diferenciación a la jerarquización, es decir, cuando las diferencias establecen jerarquías y dividen a las personas en superiores e inferiores en razón de su género. La jerarquización se transformó a lo largo de la historia en la amalgama que sustentó al patriarcado.

La socióloga e historiadora argentina Dora Barrancos20 dejó en claro que esa jerarquización no es natural. La naturaleza no tiene una escala jerárquica para los hechos. No existe una normativa que especifique una subordinación de unos acontecimientos sobre otros. La naturaleza no cultiva una moral. La jerarquización entre hombres y mujeres se dio por un proceso histórico y cultural asimétrico, cuyo mayor éxito es ser presentado como ahistórico. En ese derrotero, los hombres -aclara Barrancos- han pagado un precio extraordinario por el patriarcado: deben producir y mantener a sus familias, deben reprimir sus emociones, deben ser exclusivamente racionales, deben controlar sus impulsos…

La filósofa argentina Diana Maffía21 describió las formas que ha tomado el patriarcado después del Neolítico, pasando por la antigüedad y la Edad Media, hasta llegar a la modernidad.

En la Edad Antigua, la diferencia y la jerarquía -explica Maffía- iban juntas y eran naturales. El sujeto hegemónico era el hombre, adulto, blanco, propietario… que regenteaba su hacienda como unidad productiva. En ella convivían el propietario, su mujer, sus hijos, parientes lejanos, sirvientes y esclavos. La mujer tenía un rol subordinado al hombre.

Por ejemplo, la mujer libre griega se encontraba en un doble plano respecto del hombre. En el oikos, la unidad familiar, debía asegurar la transmisión del patrimonio por medio de la procreación de hijos legítimos y velar por su conservación al gestionar eficientemente los asuntos domésticos. Cuando se casaba, abandonaba su familia para integrar la de su esposo. Nunca al revés. En el plano público -la ciudad- cumplía un rol pasivo o, si se quiere, complementario del anterior. La mujer hija de un ciudadano, por medio de matrimonio, producía ciudadanos22.

En cuanto a Roma, la exposición artística Mujeres de Roma. Seductoras, maternales, excesivas exploró en 2015 las diferentes facetas de la mujer en la antigua Roma. Organizada en Madrid por la Obra Social «La Caixa» y el Museo del Louvre, la muestra, a través de sus obras, dejó patente que en aquel período la mujer estaba considerada por debajo del hombre: “matrona o prostituta, sacerdotisa o emperatriz, era considerada inferior según las leyes y permanecía siempre como una menor, es decir, jurídicamente igual que los niños. Dependía de la autoridad de su padre y, si contraía matrimonio, de la de su esposo”23.

Retomando a Maffía24, las funciones de la mujer fueron consideradas naturales e invariables. Por su capacidad reproductiva, a la mujer le asignaban dentro del hogar tareas relativas al cuidado y la alimentación de la familia. Tareas que luego se extrapolarían a una función social y a las actividades externas al hogar que eran bien vistas por la sociedad y que estaban a disposición de todos.

En las ciudades del medioevo, la población activa en el comercio y en los oficios no conocía la separación entre casa y taller. Los aprendices de la artesanía y los servidores del comercio vivían en la casa de su patrón, lo mismo que la servidumbre campesina. En otros casos, el artesano laboraba en su propia casa para el patrón25. Por su parte, el hombre campesino, en su casa, albergaba a su familia directa y a la extensa, al tiempo que su vivienda era también un centro de actividades productivas (granero, establo). Todos los miembros de la familia trabajaban la tierra que, en la gran mayoría de los casos, no les pertenecía, por lo que debían rendir tributos al señor feudal. La autoridad familiar la encarnaba el hombre. La mujer, aunque con cierta autonomía en algunas actividades fuera del hogar, estaba bajo la tutela del padre, marido o hermanos. La novedad fue que algunos campesinos o campesinas -amplia minoría- podían ser dueños de parcelas y ser relativamente independientes.

Por lo tanto,

Aún en el seno de una sociedad patriarcal y en una clara situación de inferioridad jurídica, el período medieval puede pensarse como un momento en el que la mujer tenía un lugar subordinado, pero valioso, en la vida familiar, en el trabajo, y muy especialmente en la trasmisión de los saberes tradicionales26.

Posteriormente, en la Edad Moderna se produjeron la Revolución Industrial y la Revolución Francesa que cambiaron las estructuras de las relaciones sociales y modificaron el concepto de familia.

Con la modernidad apareció la familia nuclear: padre, madre e hijos. En el ámbito interno y doméstico -privado- ocurrían la reproducción y el consumo. En el ámbito externo y público -las nuevas fábricas-, se trabajaba y se producía.

En este escenario -remarca Maffía- surge la división sexual del trabajo. Las funciones en lo público y en lo privado son sexuadas y reforzadas por la educación hogareña, la escuela y los estereotipos.

El Estado liberal de la modernidad dividió lo social en una esfera pública y otra privada. En la pública reinaba lo político, los intereses públicos y se ejercía el poder. La privada estaba destinada a la sociedad civil y a los intereses particulares. Esta se entendía como un lugar de libertad donde no ingresaba el Estado.

(Esta concepción de lo privado todavía puede rastrearse en los tribunales, en las comisarías o en las páginas de los diarios. Ante un acto de violencia cometido por un hombre contra una mujer en la geografía hogareña, los operadores institucionales reaccionan como si no fuera menester intervenir por tratarse de un problema intrafamiliar y reservado a la intimidad de los protagonistas, amén del tamiz patriarcal con que examinan esos hechos).

La nueva familia, entonces, es nuclear y además neolocal, al decir de la socióloga Elizabeth Jelin: “caracterizada por la convivencia de un matrimonio monogámico y sus hijos, que conforma su propio hogar en el momento del matrimonio, donde sexualidad, procreación y convivencia coinciden en el espacio privado del ámbito doméstico”27.

Por lo tanto, la vida de la mujer quedó reservada al espacio doméstico y separada de lo público. El capitalismo petrificó esta idea. Los Estados nación y el sistema de intercambio de proporciones nunca vistas reforzaron la división de producción en la fábrica y consumo en lo doméstico, con ambos ámbitos claramente separados.

Cabe acotar, y no menos importantes es resaltarlo, que en la esfera de lo íntimo se exacerbaron las relaciones de poder. La mujer se encontró subordinada al hombre como nunca antes. Existe, desde entonces, al decir del sociólogo francés Pierre Bourdieu, una dominación masculina. Bourdieu explica que las estructuras de dominación son históricas y producto de un trabajo continuado de reproducción al que “contribuyen unos agentes singulares entre los que están los hombres, con unas armas como la violencia física y la violencia simbólica y unas instituciones: familia, Iglesia, escuela, Estado”28.

La separación en esferas sexuadas y jerarquizadas ocultó dicha violencia. Las esferas fueron necesarias y funcionales a la división sexual del trabajo.

En las familias, los hombres fueron encargados del sustento económico y de la representación en los espacios públicos; en cambio, las mujeres estuvieron a cargo del cuidado de los familiares, de la preservación de la unidad de consumo, de la cohesión del grupo y de la reproducción de miembros.

Por lo tanto, los hombres producían en la esfera pública y recibían un salario; las mujeres reproducían en la esfera privada y no lo merecían. Pese a los avances en los derechos de las mujeres, hoy persisten estas desigualdades estructurales.

La división sexual del trabajo estableció las cualidades que las mujeres debían desarrollar en el ámbito privado. Es así que a ellas se les adjudicó, p.ej., la emocionalidad, la subjetividad y los cuidados amorosos.

Por su parte, el hombre en lo público desarrolló características como la fuerza, la racionalidad y la objetividad. Por ello se ocuparon mayoritariamente de la ciencia, la política y el derecho. Este último se vale de normas abstractas universales que para entenderlas se precisan cualidades como la racionalidad y la objetividad, propias de los hombres. Es así que las mujeres necesitaron ser tuteladas por los hombres desde la antigüedad y hasta el siglo XX, según, p.ej., el Código Civil argentino de Vélez Sarsfield29 -hoy no vigente-, que fue sancionado en 1871.

Esta separación de esferas y la división sexual del trabajo se han naturalizado a lo largo de la historia. Sin embargo, nada tienen de naturales. Por el contrario, despliegan la panoplia patriarcal del Neolítico con las características aggiornadas del presente.

Las morigeraciones a las desigualdades de género se produjeron -como ya se afirmara más arriba-, pero en demasiados casos no pasaron de ser meros maquillajes sin sustento cierto.

La socióloga argentina Claudia Anzorena30 describe la situación presente apelando a la historia. Anzorena ve tres situaciones que inveteradamente han desairado a la mujer que trabaja en la esfera pública. Una es que la mujer directamente es invisibilizada, se la trata -o destrata- como si no existiera; no se la nombra; se la desconoce. Dos, se las justifica por tratarse de labores circunstanciales o secundarias y complementarias de otras principales ejercidas por los hombres. Y tres, son directamente desprestigiadas, la mujer es considerada anormal y antinatural y su trabajo, deshonroso, ya que descuida sus obligaciones en el hogar.

En este contexto, los salarios de las mujeres son menores a los salarios de los varones ante iguales tareas y capacitación. También sufren el techo de cristal al no poder avanzar en jerarquía o salario en instituciones públicas o privadas. Los trabajos que consiguen suelen ser precarios. Las labores bien vistas son las que son extensiones en lo público de sus tareas en lo privado: tareas domésticas en casas ajenas, la docencia, la asistencia social; asimismo, las tareas que son complementarias de las ejercidas tradicionalmente por los hombres: si la mayoría de los médicos son varones, la enfermería está a cargo de mujeres y si los jefes son varones, las secretarias son mujeres.

Para apuntalar esta visión, Anzorena, junto a María Florencia Linardell, hablan del techo de cristal y del piso pegajoso:

El techo de cristal es una metáfora que refiere a los mecanismos discriminatorios que obstaculizan el desarrollo profesional de las mujeres, las limitan y les marcan un tope difícil de sobrepasar en el espacio público y laboral. Según entiende Barberá, este techo se vincula con dos formas simultáneas de discriminación que las mujeres enfrentan en el mercado de trabajo: la horizontal y la vertical.

La primera consiste en la calificación de masculino o femenino atribuida a ciertos trabajos; por ejemplo, maestras y enfermeras para las mujeres, ingenieros y abogados para los varones. Tal calificación implica una jerarquía que redunda en sueldos más bajos, menos oportunidades laborales, escaso valor social e inestabilidad para los trabajos considerados femeninos. La discriminación vertical, en tanto, se asocia a que en las más altas jerarquías de los espacios laborales la proporción de mujeres disminuye y resulta mínima su presencia en posiciones de poder y ámbitos de decisión.

El piso pegajoso refiere al hecho de que las mujeres continúan atadas a tareas domésticas, de cuidado y de organización de la vida familiar, lo que obstaculiza su participación en el mercado laboral y en la esfera pública. Esto tiene como consecuencia que muchas veces se vean obligadas a realizar doble y hasta triple jornada laboral, o bien a elegir entre su familia y su crecimiento profesional31.

(Una pequeña digresión referida al lenguaje: Anzorena detalla las particularidades de cada esfera y dice:

Desde el sentido común, parece que el mundo del trabajo es el mundo masculino y el mundo de lo doméstico es de las mujeres. El tema de la separación de esferas es generalmente abordado como lo refleja la visión dominante patriarcal de la sociedad después de siglos de naturalización de las jerarquías en las relaciones de género: predomina una concepción ideológica según la cual «el hombre » (varón) es lo universal, el parámetro, el no sexo, y la mujer es lo específico, lo sexuado, la portadora de la diferencia32.

Ahora una retahíla de interrogantes: se dice -p.ej., la RAE- que el masculino es el género no marcado del idioma castellano y por ello no es necesario el lenguaje sensitivo de género. Con este argumento se buscan abortar los intentos de establecer un lenguaje que visibilice a la mujer; se apela a silogismo regulatorios, se recurre a la regla: el masculino lo abarca todo; pero, las preguntas que se imponen son: ¿por qué el masculino es el género no marcado?, ¿por qué y cómo se estableció esa norma?, ¿acaso no proviene de la histórica naturalización del patriarcado?, ¿no fue -como dice Anzorena- porque la visión ideológica del patriarcado estableció que lo masculino es lo universal, el parámetro con el cual se debe comparar todo?).

Volviendo al tema principal, se puede afirmar sin hesitación que los ejemplos del patriarcado abundan en la vida cotidiana, institucional y mediática.

La asociación casi exclusiva de la mujer con la familia puede rastrearse en el suplemento “Entremujeres” del diario Clarín, cuando el 5 de mayo de 2018 titulaba, p.ej., “Colecho: Marcela Klosterboer reabrió el debate sobre dormir con los hijos en la misma cama”, “Claves para cultivar aromáticas en tu jardín o balcón”, “En la cocina. Trucos y recetas para cocinar la palta”, “Collar de ámbar en bebés: una tendencia de moda que desaconsejan los pediatras”… El medio m1 tomó una declaración del político Scioli y tituló la entrevista con él: “Cuando se ataca a la mujer se ataca al pilar de la sociedad que es la familia” (1 de junio de 2015).

En otro orden, el mapa de género elaborado por la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación informó que el 57% de los integrantes del Poder Judicial de la Nación son mujeres, pero si se asciende en el escalafón, su presencia desciende al 27%. El techo de cristal hace su presencia.

Diario 26 publicó el 27 de julio de 2008 un informe sobre el sistema de salud argentino y lo tituló: “En la Argentina, faltan unas 90 mil enfermeras y hay exceso de médicos”. Es decir, las personas que ejercen el trabajo principal de la medicina son hombres y la profesión que se encarga de secundarlos está integrado por mujeres. Como queda claro, la mujer sale a trabajar para ocupar cargos que asistan a los hombres.

El ejemplo más claro de piso pegajoso parece exponerlo -no precisamente para censurarlo- un juez del Superior Tribunal de Justicia de la provincia del Chubut. En el Poder Judicial del Chubut los cargos máximos están representados por seis jueces del Superior, un procurador general y un defensor general. Nunca, en la historia de la provincia, una mujer ocupó uno de ellos. Al ser consultado el juez por la posibilidad de que una mujer llegue a juez del Superior Tribunal, respondió: “La presencia de la mujer oxigena mucho, pero se debe preparar… porque no deja de ser mujer y tiene las responsabilidades de la casa, de los hijos…”, por lo que resultaba inapropiado que una mujer ocupe un cargo en el máximo tribunal provincial dejó a entender (Página/12, 9 de junio de 2016).

En la televisión, el canal de deportes TyC Sports informó en diciembre de 2017 sobre la vuelta a la práctica profesional del tenis de Serena Williams, quien había estado ausente por haber dado a luz. Así tituló el acontecimiento: “La flamante mamá regresa en Indian Wells tras 14 meses de inactividad. Serena vuelve recibida de mujer”. Por lo tanto, para el medio, la mujer que no es madre, no es mujer.

En el mundo del trabajo, Infobae publicó el 8 de octubre de 201933 parte del informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre la brecha salarial -a nivel mundial- entre hombres y mujeres. Para comenzar, la OIT detalló que el 71% de los hombres en edad laboral se encuentra trabajando mientras que solo el 45% de las mujeres, a lo que se suma que el 25% de los hombres se encuentra fuera del mercado laboral mientras que en las mujeres este porcentaje se eleva al doble (52%). En cuanto a los salarios en sí, el estudio comparó la brecha de ingresos entre hombres y mujeres en 73 países de todas las regiones del planeta que representan el 80% de los asalariados del mundo y concluyó que

(…) a nivel mundial, las mujeres cobran entre un 20,5% y un 21,8% menos que sus pares hombres si se consideran los ingresos mensuales; mientras que esa brecha ronda el 15,6% y 16,6% si se comparan valores de ingresos por hora, lo que evidencia que – aunque la brecha existe – en muchos países las mujeres trabajan menos horas que los hombres (sea porque eligen un trabajo part time o tienen menos oportunidades de un trabajo full time)34.

La OIT también indagó en las causas de estas asimetrías. Para el organismo es poco probable que las mujeres elijan estudiar y busquen trabajo en áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, las que ofrecen mayores oportunidades de empleos y además son mejor retribuidos. Asimismo -explica el informe-, cuando las mujeres ingresan a profesiones en sectores como tecnologías de información y comunicación (TIC) tienden a concentrarse más en las funciones con menor rango de pago como funciones de administración en lugar de desarrollo de software.

Pero, ¿por qué las mujeres toman esas decisiones? La científica española Milagros Sainz y la periodista Nora Bär lo responden.

Sainz es directora del Grupo de Investigaciones GenTIC de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y explica:

Desde la infancia se nos educa con expectativas distintas, cuando no debería ser así porque todos tenemos talentos diversos… Hasta hace no tanto se pensaba que las mujeres tenían que dedicarse a los cuidados, que no podían trabajar o estudiar, hasta tenían que pedir permiso para abrir una cuenta bancaria… Ahora se piensa que pueden estudiar, pero cosas asociadas al rol femenino como enfermería o medicina, no carreras técnicas35.

Por su parte, Bär pinta previamente el paisaje argentino de las carreras de investigación, en el que en las llamadas «ciencias duras» (tecnología, ingeniería y matemáticas) las mujeres apenas alcanzan el 30% de investigadores. “En algunos espacios, esas cifras son muy menores: solo el 11% de las universidades tiene mujeres rectoras y en el Instituto Balseiro ellas son apenas el 10% (sin contar con que no hay ninguna profesora titular)”36. Después presenta las causas, haciendo hincapié en las

(…) persistentes barreras simbólicas y culturales que, aun sin evidencia objetiva, asocian «lo femenino» con «lo blando, lo subjetivo y lo emocional», que son valores contrapuestos a los que se suponen fundamentales para hacer buena ciencia, asociados con «lo masculino, la abstracción, la razón, la universalidad y la neutralidad.

Abundan los ejemplos en todos los campos de la producción humana: ciencia, literatura, industria, educación, deporte, espectáculo. Algunos son notorios, otros son invisibles por su naturalización. Todos rezuman patriarcado.

Patriarcado, génesis del capitalismo y caza de brujas

La filósofa italonorteamericana Silvia Federici37 afirma que el capitalismo, en tanto sistema económico y social, está necesariamente vinculado a la violencia, al racismo y al sexismo. El capitalismo convive con dos contradicciones principales. Por un lado formula promesas de libertad, pero funciona con coacción generalizada; por otro, habla de prosperidad, pero distribuye pobreza a granel. Estos contrasentidos son resueltos denigrando la naturaleza de los explotados, ya sean asalariados, pobres, mujeres, inmigrantes, negros, súbditos… y recurriendo a la violencia de ser necesario.

En esta dialéctica de acumulación y destrucción de fuerzas de trabajo -afirma Federici-, las mujeres pagaron el precio más alto con su trabajo, con su cuerpo y con sus vidas.

Es que en el capitalismo, el dinero -capital- es fuente de plusvalía, generando capital adicional. En este proceso se forma una minoría que trabaja y acumula riqueza y una minoría que trabaja poco y derrocha. Son los capitalistas y los proletarios.

Para que esta transformación comenzara fue necesario contar con una acumulación originaria, luego de un violento proceso de varios siglos que comenzó al terminar la Edad Media. Varios sucesos la habilitaron: la expropiación de tierras a los campesinos, que se transformaron en obreros, la colonización y explotación de América, el tráfico de esclavos africanos, el trabajo infantil, la condena de la mendicidad… a los que Federici agrega la caza de brujas a fines del medioevo y comienzos de la modernidad.

Por ello, la filósofa considera incompletos los análisis de Karl Marx y Michel Foucault sobre este período histórico. Olvidaron a las mujeres. Ante esto, Federici elabora un análisis marxista con perspectiva de género para esclarecer el papel de las mujeres en el nuevo sistema mundo y cómo este necesitó del patriarcado para crecer y consolidarse.

Antes de delinear la metamorfosis del patriarcado en su novel alianza con el capitalismo, es necesario contextualizar la época en que se inició. Varias circunstancias y procesos confluyeron en la génesis del capitalismo y su apodíctica relación con la dominación masculina.

Hacia el final de la Edad Media, en Europa se produjo la pandemia de la peste negra que terminó con el 30-40% de su población en el siglo XIV. Esto significó la merma de la mano de obra y, como consecuencia, mejoras en las condiciones sociales y laborales para los campesinos y los incipientes proletarios. Fue una época de conflictividad entre patrones, señores feudales de un lado y siervos y artesanos por el otro. La burguesía se unió a la nobleza para enfrentarlos y los nacientes Estados nacionales tuvieron el rol de garantes de las relaciones de clase.

Poco después, el descubrimiento europeo de América llevó ingentes riquezas a esas naciones, al igual que el floreciente tráfico de esclavos africanos. De este modo, se estaba moldeando el capital originario que fundaría al capitalismo. Al mismo tiempo era necesario ampliar el mercado del trabajo.

Durante este período se fue transformando el estatus de los trabajadores, quienes pasaron de ser campesinos a ser obreros, separándose de las tierras que labraron durante el sistema feudal practicando una agricultura de subsistencia. Al salir de la Edad Media debieron permanecer en un lugar de trabajo fijo, situado en las primeras ciudades burguesas. El excampesino trocó su fuerza de trabajo por un salario. Su tiempo no se rigió más por el sol y la luna, sino por el reloj. Las tierras se cercaron y se privatizaron. La consecuente pauperización de las clases populares y su disgregación debilitación las relaciones comunales en el ámbito rural.

La nueva situación erosionó los lazos solidarios que existían antaño. Las posibilidades de rebeliones fueron menguando. Para los campesinos ya no fue tan sencillo unirse para luchar por sus derechos, luchas que en numerosos ocasiones tenían numerosa participación de mujeres o habían sido lideradas por ellas38.

Los liderazgos femeninos fueron posibles porque en la precapitalista Baja Edad Media las mujeres sufrían una subordinación atenuada39. No solo encabezaban insurrecciones campesinas. Las mujeres tenían acceso a la tierra y a los bienes comunales. También participaban en gran cantidad de tareas y oficios. En el mundo rural, la mujer “era jornalera, segadora, lechera o plantadora, pero fue en las ciudades, escenario del nacimiento del sistema de producción capitalista, donde participó de una mayor diversidad de oficios”40. Además, la historiadora española Gloria Solé41 -citando al francés Pierre Betot- expuso que esa autonomía comenzó su fin con el nacimiento del capitalismo: “…hasta el s. XV la mujer gozaba de mayor «capacidad jurídica» y… a partir del XVI se convierte en un ser jurídicamente incapaz”.

Por lo tanto, a la salida del medioevo, podían ser independientes. Situación que mutó diametralmente en la modernidad, cuando se les arrebató la tierra, el trabajo y se las confinó en sus hogares.

El despojo sumado a la división sexual de trabajo forjó las condiciones para que el hombre recibiera un salario por su trabajo en la esfera pública y la mujer no lo recibiera por sus labores en la esfera privada, como ya se explicara anteriormente.

La separación en esferas, recluyendo a las mujeres en sus casas, fue indispensable para el capitalismo. La mujer en su hogar cumplía un doble rol esencial. Por una parte, creaba las condiciones para que el obrero pudiera desempeñarse en la fábrica. La mujer lo atendía, le preparaba la comida, le lavaba la ropa, mantenía limpia la casa y se encargaba de los niños. Por otra parte, la mujer producía obreros, es decir, era generadora de fuerza de trabajo. Y ambas tareas las cumplía -y cumple- en forma gratuita.

En ese momento histórico -se reitera, a la salida de la Edad Media y comienzos de la modernidad-, la natalidad se convirtió en una cuestión de Estado. Se necesitaba mano de obra y mercado de consumo. Por ello se disciplinó cualquier actividad que impidiera los nacimientos -el aborto- o que la mujer cumpliera su rol fuera del hogar. La mujer pasó a ser objeto de control político con el aval del discurso científico.

Se satanizaron los métodos anticonceptivos y los abortos que las mujeres campesinas sabían practicar. Se les privó del saber empírico sobre los remedios naturales que siempre habían aplicado y habían transmitido de generación en generación y se los reemplazó por la medicina profesional. El conocimiento ya no pertenecería a las clases populares, sino que se impartiría desde arriba, por hombres.

La mujer, a la vez que fue controlada políticamente por su importancia económica, perdió el imperio de su cuerpo y ya no decidió sobre él. A partir de entonces las mujeres no controlaron sus embarazos y surgieron las primeras prohibiciones legales y explícitas sobre el aborto. Su sexualidad dejó de pertenecerle. Dicho menester fue tarea de la medicina oficial.

La ciencia moderna fue incompatible con la visión precapitalista, animista y mágica del final de la Edad Media. Adorno y Horckheimer42 explicaron el desarrollo del desencantamiento del mundo por el racionalismo y el empirismo. No había lugar para la magia en una sociedad que necesitaba imperiosamente de la disciplina del trabajo.

El control social desembocó en una campaña acérrima contra la magia que tuvo a la mujer entre sus principales blancos.

Las mujeres en el medioevo podían cumplir funciones de médicas, parteras, hechiceras y adivinas; entendían de reproducción, salud, plantas, naturaleza y remedios naturales; portaban, además, saberes sobre la práctica del aborto. Sus capacidades eran arcanas, pero populares. En las aldeas podían ser llamadas curanderas, desde el Estado se las llamó brujas.

Dichas habilidades sumadas a sus condiciones de esposas indóciles y lideresas rebeldes y al contexto de escasez de mano de obra y exigencia del control de natalidad para producir mano de obra, hicieron que las llamadas brujas fueran combatidas desde el Estado con justificaciones aportadas por la Iglesia.

Es así que desde principios de la modernidad y hasta los siglos XVI y XVII miles de mujeres -pobres en su gran mayoría- fueron ejecutadas acusadas de brujería por la Iglesia Católica, la Protestante y por los tribunales seculares. La excusa esgrimida por los teólogos fue una conspiración del demonio para terminar con la cristiandad. Las mujeres, como encarnación del pecado original y poseedora de saberes mágicos, eran sospechosas de ser instrumentos de Lucifer. A falta de pruebas materiales, la confesión arrancada bajo tortura era suficiente para la condena a muerte que se producía en la hoguera. La misoginia del castigo perdura hasta estos días. El fuego es el arma del hombre que mata a la mujer desobediente.

Un dato a resaltar es que casi toda la persecución a la brujería, con su carga de violencia desmedida, se dio durante la modernidad y no en el medioevo. En la Edad Media excepcionalmente se persiguió a las brujas. El Concilio de Paderborn del año 785, p.ej., castigaba tanto la creencia en brujas como su persecución.

Los últimos procedimientos por brujería se dieron a finales del siglo XVIII. En el transcurso de la modernidad fueron realizados unos 110.000 juicios y condenados a muerte unas 70.000 procesados43. Una mayoría cercana al 80% fueron mujeres. La inexactitud en el número de víctimas se debe a la falta de registros de muchas ejecuciones, a la pérdida de las actas y a que en otras tantas oportunidades no pasaron por un juicio previo. Asimismo, entre las penas indirectas podían figurar el destierro -voluntario o no- de mujeres sospechosas de brujería, sus familiares o sus amistades, lo mismo que la pérdida de trabajo, la autocensura y la reclusión silenciosa.

Por lo pronto, la cacería de brujas tuvo motivaciones económicas con ropajes religiosos. Se trató de un eslabón más de la cadena del patriarcado. La dominación masculina junto al capitalismo condujo a la división sexual del trabajo. El control de los cuerpos femeninos tomaría en el futuro nuevas y violentas características.

El capitalismo y la violencia sobre las mujeres

Silvia Federici dejó en claro en “Calibán y la bruja”44 que el capitalismo se derrama sobre todos los ámbitos de la vida. Todas las relaciones familiares y sexuales son relaciones de producción. La fuerza de trabajo no es natural y debe producirse.

La caza de brujas consolidó el orden patriarcal en el capitalismo. El cuerpo de la mujer, sus saberes sexuales y reproductivos y su trabajo quedaron tutelados por el Estado y utilizados como recursos económicos. El cuerpo de la mujer generó desde entonces riqueza por su propio trabajo doméstico y por la producción de mano de obra.

En la Edad Media, la riqueza estaba dada por la posesión de tierras y bosques. La desigualdad entre hombres y mujeres no tenía una base material. Eran religiosas o clasistas. Con el capitalismo, la base misma de la riqueza cambió drásticamente.

A partir de su advenimiento, la riqueza social estuvo dada por el trabajo humano que se desarrollaba, se intensificaba y adquiría nuevas formas de producción. El capitalismo, en definitiva, trataba de acumular trabajo humano. Por ello, traficó esclavos de África, reclutó mano de obra en las colonias y se apropió del cuerpo de la mujer, una máquina de producir trabajadores.

Las mujeres, como hacedoras de trabajadores, en la esfera privada debían procrear y cuidar la producción de manera invisible y no rentada. Se formó lo que Federici llama el patriarcado del salario45. La exclusión de las mujeres del salario empoderó a los hombres dándoles la posibilidad de control y disciplinamiento a la vez que desvalorizó y ocultó el trabajo de las mujeres en el hogar.

El capitalismo hizo trabajar gratis a la mujer y quedó establecido que en el matrimonio el hombre asumía el papel de delegado del capital. Si la mujer no cumplía con su rol, aparecía la violencia.

La brutalidad contra la mujer comenzó a justificarse en la modernidad con el flamante argumento de que la mujer indisciplinada era una bruja. Una acusación vaga, sin pruebas y que apelaba al terror religioso fomentado por el Estado. Todas las actividades de la vida cotidiana fueron sospechosas. Se consolidó un mecanismo de control social que apela al miedo al otro y que se aplica en la actualidad: los musulmanes son terroristas, los inmigrantes, delincuentes y los pobres, peligrosos.

La antropóloga argentina Rita Segato46 refuerza los argumentos que sustentan la relación de patriarcado, violencia y capitalismo. Segato afirma que la violencia contra las mujeres se desarrolla en una estructura capitalista de rapiña apoyada en una pedagogía de la crueldad. El cuerpo de la mujer es el soporte privilegiado para los mensajes aleccionadores y violentos. A su vez, los medios de comunicación funcionan como brazo ideológico de la violencia, acostumbrando al público al espectáculo de la crueldad.

Para Segato, el capitalismo de rapiña exhibe tres características principales. Una es la falta de empatía y la promoción de esa ausencia; dos, la concentración extrema globalizada; y tres, una élite moralista focalizada en el sexo y en las mujeres. Es así que, en este contexto histórico

la compasión, la empatía, los vínculos, el arraigo local y comunitario, y todas las devociones a formas de lo sagrado capaces de sustentar entramados colectivos sólidos operan en disfuncionalidad con el proyecto histórico del capital, que desarraiga, globaliza los mercados, rasga y deshilacha los tejidos comunitarios donde todavía existen… En esta fase extrema y apocalíptica en la cual rapiñar, desplazar, desarraigar, esclavizar y explotar al máximo son el camino de la acumulación, esto es, la meta que orienta el proyecto histórico del capital, es crucialmente instrumental reducir la empatía humana y entrenar a las personas para que consigan ejecutar, tolerar y convivir con actos de crueldad cotidianos47.

Igual que Federici, Segato considera que el hombre asumió el papel de representante del capital en el hogar. Una suerte de capataz que vigila la producción. En la esfera pública, el hombre recibe presiones, sufre de inseguridad y abandono, estrés que se traduce en violencia que lleva a su hogar.

En consonancia con estas ideas, la antropóloga mexicana Marcela Lagarde explica que la mujer está condiciona a ser para los otros. El sentido de su existencia está en los otros (en “el” otro). Según el sentido común, se trataría de un mandato natural, inmutable e irrenunciable. Pero no es así. En el caso de los hombres amar es solamente un elemento (entre otros) de realización posible. Los hombres se realizan siendo. Las mujeres siendo para ellos porque el amor es patriarcal. Lagarde explica:

El sujeto simbólico del amor en diversas culturas y épocas ha sido el hombre y los amantes han sido los hombres. La mujer, cautiva del amor, ha simbolizado a las mujeres cautivas y cautivadas por el amor3. Se trata del amor patriarcal y de los amores patriarcales… Mitos, religiones, leyes, ideologías, arte y ciencia, han sido destinados a cincelar la sexualidad y el amor. No cualquier amor, sino el imaginado como natural entre un hombre y una mujer o entre los hombres y las mujeres… La opresión de las mujeres encuentra en el amor uno de sus cimientos. La entrega, la servidumbre, el sacrificio y la obediencia, así como la amorosa sumisión a otros, conforman la desigualdad por amor y es forma extrema de opresión amorosa48.

Hombres y mujeres parecen estar en guerra. Sin embargo, no hay que caer en la simplificación de quedarse con un enfrentamiento entre hombres y mujeres, previenen Diana Maffía y Rita Segato.

Para Maffía49 es importante no guetificar la cuestión de género, no considerarlo fuera de su contexto histórico, no considerarlo únicamente como una relación entre hombres y mujeres, sino como el modo en que esas relaciones se producen en el contexto de sus circunstancias histórica; por ello la filósofa aclara que la aspiración del feminismo no es que la mujer pase de dominada a dominante.

Por su parte, Segato advierte

Cuidado con lo que vengo llamando “un feminismo del enemigo”, pues todas las políticas que se arman a partir de la idea de un enemigo caen irremediablemente en el autoritarismo y en formas de accionar fascistoides. El feminismo no puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos “naturales”. El enemigo es el orden patriarcal, que a veces está encarnado por mujeres… 50.

Sin desatender las observaciones de Maffía y Segato, la violencia patriarcal es entendida como la violencia que sufre la mujer, a manos del hombre, por ser mujer. Para precisar el concepto, la Cedaw, en su Recomendación nro. 35 explica:

la violencia por razón de género contra la mujer” se utiliza como un término más preciso que pone de manifiesto las causas y los efectos relacionados con el género de la violencia. La expresión refuerza aún más la noción de la violencia como problema social más que individual, que exige respuestas integrales, más allá de aquellas relativas a sucesos concretos, autores y víctimas y supervivientes… violencia por razón de género contra la mujer es uno de los medios sociales, políticos y económicos fundamentales a través de los cuales se perpetúa la posición subordinada de la mujer con respecto al hombre y sus papeles estereotipado51.

Existen diversos tipos de violencia: la violencia física, la simbólica, la psíquica, la económica… El punto más alto de esa violencia es el femicidio.

Durante 2019, hubo en la Argentina 327 femicidios, cifra que se constituyó en récord para el país. Solo en diciembre de ese año hubo 30 femicidios. Las cifras las recolectó el observatorio de violencia de género «Ahora que sí nos ven»52. En 2017 habían sido 25153 y en 2018, 27854, según informes de la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que muestran que la violencia extrema aumenta sin pausas.

Una explicación para los femicidios está en la cultura patriarcal. Así lo expone Lagarde;

Del amor al odio hay sólo un paso en entornos machistas y misóginos donde se enseñorea la supremacía masculina. Amor y misoginia, binomio patriarcal que asegura una muerte violenta a mujeres que alguna vez vieron en su agresor al hombre y al amor de su vida y murieron por su odio con la complicidad o la omisión de personeros del Estado o murieron a manos de hombres a quienes no conocían55.

Por su parte, la italiana Dacia Maraini56, dramaturga, poeta, ensayista y guionista de cine, ve al femicidio en similares términos:

Tienes una pareja, y por lo que sea ella dice que se va. Entonces sale a la luz el sentimiento de posesión. Si la amo, es mía. El amor es posesión, históricamente. Es un hecho cultural, no biológico. Lo tienen también las mujeres, pero ellas están más acostumbradas a aceptar la pérdida. Los hombres entran en una crisis tal que se convierten en asesinos.

Ejemplos de estos femicidios son comunes en las páginas de los diarios: “Encontré a mi pareja con mi amigo y la maté”57, “Discutimos y la maté»58, “Quiso revisarle el celular a su mujer, ella se negó y la mató de 12 puñaladas”59,… Quizás el femicidio más claro en el sentido de que la mujer es considerada una propiedad del hombre es el que informó El Patagónico, cuando después del título “`El la golpeaba mucho; una vez la dejó tres días de cama’, dijo el testigo”, continuó citando a una testigo que declaró: “Un día apareció toda tatuada con el nombre de Rubén en distintas partes del cuerpo, quemada con colillas de cigarrillo y dijo que se los había hecho para demostrarle que ella era de él”.

Parafraseando al poeta español Miguel Hernández: patriarcado, la violencia que no cesa.

Los medios y las mujeres

La importancia de los medios de comunicación en la construcción de representaciones sociales cuenta con abundante bibliografía. Sería ocioso repetir en extenso los conceptos referidos a la ideología y el poder de los medios y sus efectos cognitivos, actitudinales y conductuales en la audiencia. El discurso mediático construye realidad social públicamente relevante. Para ello se vale del lenguaje, que no es inocente. El lenguaje no es la realidad, sino que la representa a través de palabras que históricamente fueron convenidas en sus significados. Para describir los acontecimientos, cada quien utiliza unas las palabras que elige entre muchas otras, palabras que no tienen sentidos unívocos. Por ello, las interpretaciones de los discursos no son lineales. El lector tiene, además, una posición activa al momento de interpretar los mensajes noticiosos60. Las lecturas no se pueden determinar, pero sí condicionar.

El discurso de los medios puede ayudar a enervar el patriarcado o a reforzarlo. Depende de periodistas, editores y directores (y dueños). La cortapisas aquí es que el masculino genérico del lenguaje en este caso sí es representativo de la realidad que nombra. En 2019, si bien las estudiantes de Comunicación son el 64% del estudiantado, las mujeres periodistas son solo el 33% en relación de dependencia en los medios y el 41% en los contratos por tiempo definido. En los cargos directivos, las mujeres son todavía menos: el 26%61. Es decir, los gatekeepers de la información son mayormente hombres. Por lo tanto, no es difícil responder de qué modo los medios representan los sucesos relativos a la violencia de todo tipo contra la mujer por ser mujer.

Solo restaría aportar algunos fundamentos más a la afirmación de Rita Segato sobre el papel de los medios como brazo ideológico de la violencia patriarcal-capitalista.

No se niegan los avances que el feminismo ha provocado en la agenda de la prensa ni el cambio que, en algunos casos, se observan en el tratamiento de temas de género. Pero, consciente o inconscientemente, perdura la idea de la mujer hogareña, encargada de la familia, frágil, poco capaz en actividades fuera de su casa y, especialmente, propiedad del hombre.

Por ejemplo, el Observatorio de Medios, Democracia y Ciudadanía62 llegó a la conclusión de que la mujer en las noticias es mostrada como víctima e invisibilizada en otros roles de la sociedad. No se las considera como fuentes de la noticia. El 80% de las fuentes son hombres. Además, si son pasibles de violencia de género, la información se publica en las páginas de policiales y muy rara vez en las políticas, dando a entender que la violencia es tema de la ley y no de la sociedad, casi como anécdotas individuales. De igual modo, en 2017 solo el 20% de las noticias de los principales diarios digitales estaba escrito por mujeres, y referidos mayormente a temas blandos (notas de color, sociedad, entretenimiento).

Por otra parte, la victimización resulta de la construcción de un estereotipo de mujer débil que recibe la acción y nunca la produce. No muestra una mujer empoderada que puede enfrentar al hombre, sino a una subordinada incapaz de resolver las situaciones conflictivas en que se pudiera encontrar. Se trata, en definitiva, de una construcción funcional al patriarcado.

Asimismo, la idea de las muertes por amor patriarcal sigue vigente en los medios. Una demostración son los títulos “Femicidios: cómo detectar a los que matan por amor”63 y “Matar por amor: 44% de mexicanas sufren violencia física de su pareja”64. Para los diarios, el asesinato es un acto de amor. Privatizan el problema despojándolo de su dimensión social. La pasión exime a los hombres de sus actos individuales contra las mujeres descarriadas.

La mujer debe permanecer en su hogar, produciendo hijos y cuidando la prole. De esa premisa patriarcal no tuvo dudas Clarín en 2009. El 5 de abril de ese año publicó una nota bajo el título “La fábrica de hijos: conciben en serie y obtienen una mejor pensión del Estado”, referida a las ciudadanas que reciben asistencia del Estado por tener familias constituidas por siete hijos o más. Si bien el titular contenía una crítica política hacia el gobierno nacional, es notable cómo resume el clima patriarcal de la sociedad. Pero la historia no terminó en el campo periodístico.

Ante la noticia, dos diputadas nacionales demandaron al diario por violencia simbólica contra las mujeres y sus niños. Cabe aclarar que la noticia fue redactada por un periodista y titulada por los editores del diario. En este sentido, es necesario recordar que en donde más se puede ver la ideología del medio es en el título, que funciona a la manera de una brújula de sentido que indica por dónde tiene que ir la interpretación del lector. Sobre este punto se decidió la suerte del juicio.

En los considerandos de la sentencia se puede leer:

El artículo que se cuestiona, titulado de otra manera, constituiría un informe periodístico, realizado en base a investigación y obtención de testimonios, exponiendo una cara de la realidad a la luz de los hechos. 
En cambio, el epígrafe tendencioso como el de autos, lleva el contenido periodístico a la postura que el editor pretende apuntalar: inclinar la percepción hacia el sentido más peyorativo, predisponiendo al lector a una visión descalificante y discriminatoria, orillando la marginalidad y el menosprecio hacia estas madres, intentando generar animadversión contra ellas por una supuesta intención monetaria.
Esa predisposición a la que inclina el título, es la que provoca la discriminación y violencia contra las mujeres y madres de familias numerosas, puesto que estereotipa una situación y la encasilla, diferenciándola del resto y sometiéndola a una “mirada distinta”, por cierto violenta, degradante y discriminatoria.
Las palabras son solo palabras, el sentimiento lo pone quien las escucha o quien las lee, pero ello se ve empañado cuando se carga de subjetividad la información, proponiendo así al lector leer de la manera que el emisor pretende que sea leído65.

Finalmente, el fallo del 8 de marzo de 2012 condenó a Clarín a rectificar el título agraviante en la edición impresa en un día de igual tirada en que se lanzó la nota cuestionada, utilizando la misma sección y en el mismo espacio, a colocar una leyenda de igual tenor en la edición digital y a hacerse cargo de las costas y honorarios del juicio. La sentencia la dictó una jueza.

En síntesis

Las evidencias científicas sostienen que lo más probable es que el patriarcado haya comenzado en el Neolítico, período de más violencia humana que el Paleolítico. La Revolución Agrícola posibilitó el surgimiento de la división social del trabajo a partir de la acumulación de excedentes. Además, la necesidad del hombre de proteger sus bienes y legarlos a la propia descendencia condujo la apropiación del cuerpo de la mujer como productora de hijos legítimos y a convertirlas en moneda de cambio con otros grupos humanos para formalizar alianzas.

Durante la antigüedad la dominación patriarcal tuvo características específicas, pero sin atemperar la subordinación de la mujer; en el medioevo hubo una relativa atenuación de esa subordinación, sin llegar a considerar siquiera la posibilidad de que el patriarcado estuviera debilitado.

En la modernidad, de la mano del capitalismo, el patriarcado mutó poderosamente sus formas y acentuó su violencia contra la mujer. La separación de la sociedad en esferas pública y privada llevó a la división sexual del trabajo y al confinamiento de las mujeres en el hogar. Allí debían cuidar del trabajador asalariado y producir nuevos obreros. Mientras el hombre recibió un salario por su trabajo, ellas debían hacer gratuitamente el suyo, lo que derivó en un patriarcado del salario. Además, la confluencia de instituciones como la familia, la escuela, la Iglesia y el Estado forjó los estereotipos de género y marcó a fuego los roles de cada uno. Si la mujer insinuaba rebeldía, la violencia machista era el remedio.

En la actualidad, el feminismo consiguió mitigar el patriarcado en una lucha de todos los días en todos los ámbitos. Pero el techo de cristal, el piso pegajoso y la violencia continúan. Los estereotipos también. Los medios de comunicación se transformaron en el brazo ideológico del capitalismo y la dominación masculina. En esa función refuerzan los roles patriarcales de género apelando a una pedagogía de la crueldad: exhibir la violencia hasta insensibilizar y disciplinar.

De este modo, los femicidios son cada vez más visibles y no resultan extraños los tratamientos periodísticos que los explican como crímenes pasionales en la esfera de lo privado o apelando -como en el resto de las noticias- a modelos femeninos victimizados. Lo personal dejó de ser político. En este entorno, las instituciones ofrecen soluciones individuales a problemas estructurales. Mientras tanto, el patriarcado no detiene su marcha milenaria.

1 Carolina Martínez Pulido: “¿Violencia y patriarcado en el Paeolítico”. Otro relato sesgado?, en Mujeres con Ciencia, 2.2.2’17, https://mujeresconciencia.com/2017/02/21/violencia-patriarcado-paleolitico-relato-sesgado/.

2 Guillermo Altares: “Esta sí fue una auténtica revolución”, El País, 22.4.2018.

3 Miguel Angel Criado: “La vida en las primeras ciudades”: violencia, enfermedades y desnutrición”, en El País, 18.6.2019.

4 Carme Mayans: “Hace 9.000 años las ciudades ya eran estresantes”, en National Geographic. Historia, 19.6.2019. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/hace-9000-anos-ciudades-ya-eran-estresantes_14435.

5 Guillermo Altares, ibidem.

6 Marta Cintas Peña: “Los antecedentes neolíticos de la violencia de género”, en Nueva Tribuna, 22.6.2019. https://www.nuevatribuna.es/articulo/actualidad/antecedentos-neoliticos-desigualdad-genero/20190621193854163804.html

7 Gerda Lerner: La creación del patriarcado. Barcelona, Crítica, 1990.

8 Frederick Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Madrid, Fundación Federico Engels, 2006.

9 Claude Lévi-Strauss: Las estructuras elementales del parentesco. Barcelona Planeta-Agostini, 1985.

10 Daniel Mediavilla: “ Lo que cuenta sobre la desigualdad el cementerio de los aristócratas de la Edad de Bronce”, en El País, 16.10.2019.

11 Ibídem, y también en revista Science, https://science.sciencemag.org/content/366/6466/731

12 Pablo Francescuti: “La antropóloga que demostró que la violencia machista no tiene nada de natural”, en Agencia Sinc, 17.11.2017. https://www.agenciasinc.es/Noticias/La-antropologa-que-demostro-que-la-violencia-machista-no-tiene-nada-de-natural

13 Escoriza Mateu, Trinidad (2002). Mujeres, arqueología y violencia patriarcal. Actas del Congreso Interdisciplinar sobre Violencia de Género. M.T. López Beltrán et al. (eds), Violencia y Género, Diputación Provincial de Málaga, Málaga 2002, tomo I: 59-74

14 Jay Ginn: Gender Relations in the Earliest Societies Patriarchal or not?Lecture at South Place Ethical Society. Conway Hall. 2010, en Carolina Martínez Pulido: “¿Fue el patriarcado un producto del Neolítico?”, en Mujeres con Ciencia, 9.3.2017. https://mujeresconciencia.com/2017/03/09/fue-patriarcado-producto-del-neolitico/

15 En Carolina Martínez Pulido: “¿Fue el patriarcado un producto del Neolítico?”, en Mujeres con Ciencia, 9.3.2017

16 Ferrán Bono: “La prehistoria fue más igualitaria”, en El País, 28.6.2006.

17 Carolina Martínez Pulido: “¿Fue el patriarcado un producto del Neolítico?”, en Mujeres con Ciencia, 9.3.2017

18 Eleonor Faur: “¿Escrito en el cuerpo? Género y derechos humanos en la adolescencia”, en Checa, Susana: Género, sexualidad y derechos reproductivos en la adolescencia, Buenos Aires, Paidós-Colección Tramas Sociales, 2003.

19 Judith Butler: El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona, Paidós, 2007.

20 Dora Barrancos: “El patriarcado”. Oficina de la Mujer. Poder Judicial de Córdoba. Centro Ricardo C. Núñez. 2013. Video. https://vimeo.com/59065634

21 Diana Maffía: “El patriarcado”. Oficina de la Mujer. Poder Judicial de Córdoba. Centro Ricardo C. Núñez. 2013. Video. https://vimeo.com/59065635

22 Claude Mosse: La mujer en la Grecia clásica. Hondarribia, Nerea, 2001.

23 Historia. National Geographic. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/exposicion-mujer-sociedad-romana_9853/2

24 Diana Maffía,. ibídem.

25 Otto Brunner: “La “casa grande” y la “Oeconomica” en la vieja Europa”, en Primas. Revista de Historia Intelectual, nro. 14, 2010.

26 Adeline Rucquoi, “La mujer medieval”, en Cuadernos de Historia 16, nro. 12, Madrid, 1995.

27 Elizabeth Jelin: Pan y afectos. La transformación de las familias. Buenos Aires, FCE, 2010.

28 Pierre Bourdieu: La dominación masculina. Barcelona, Anagrama, 2000.

29 Por ejemplo, la mujer casada era una incapaz de hecho relativa (art. 55, inc. 2), sujeta a la representación del marido, (art. 57, inc. 4); la incapacidad de la mujer debía ser salvada a través de la asistencia del marido, los actos jurídicos eran otorgados por ella misma, con su venia y en cuanto a los actos de administración de bienes de y venta de inmuebles, actuaba como auténtico representante de la esposa.

30 Claudia Anzorena: Mujeres en la trama del Estado. Una lectura feminista de las políticas Públicas. Mendoza, Ediunc, Mendoza, 2013.

31 Claudia Anzorena y María Florencia Linardell: “Las mujeres y el trabajo: entre el piso pegajoso y el techo de cristal”, en Unidiversidad. http://www.unidiversidad.com.ar/las-mujeres-y-el-trabajo-entre-el-piso-pegajoso-y-el-techo-de-cristal

32 Claudia Anzorea, ibídem.

33 Diego Pasjalidis: “Brecha de género: de qué manera se manifiesta la discrepancia salarial entre mujeres y hombres”, en Infobae, 8.10.2019.

34 Ibidem.

35 Sergio c. Fanjul: “¿Por qué ellas no eligen carreras técnicas?”, en El País, 7.8.2018.

36 Nora Bär: “Hombres y mujeres”, La Nación, 15.2.2019.

37 En las subsiguientes citas a Silvia Federici, se seguirá a su trabajo Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Madrid, Traficantes de Sueños, 2010.

38 P.ej., ver Luis Vitale: “Las rebeliones de los primeros movimientos sociales de la historia hasta el s. XVI”, en Archivo Chile, Depto. Ciencias Históricas, Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Chile, Cuaderno nro. 2, avance de investigación, Santiago, julio de 2001.

39 Palmira Peláez Fernández: “Mujeres con poder en la Edad Media”, en Cuadernos de Estudios Manchegos, 2009. http://biblioteca2.uclm.es/biblioteca/Ceclm/ARTREVISTAS/Cem/CEM34_MUJERES_Pelaez.pdf; Margaret Wade Labarge: La mujer en la Edad Media. San Sebastián, Nerea, 1988.

40 Colectivo de Mujeres por la Igualdad en la Culturua: “Los oficios de las mujeres en la Edad Media”, La Opinión de Murcia, 27.6.2018.

41 Gloria Solé: “La mujer en la Edad Media. Una aproximación historiográfica”, en conferencia “La mujer en la Edad Media”, Anuario Filosófico (26), Universidad de Navarra, 1993.

42 Max Horkheimer y Theodor Adorno: Dialéctica del Iluminismo. Madrid, Trotta, 2001.

43 Holland, Jack. Una breve historia de la misoginia. Barcelona, Océano, 2010.

44 Silvia Federici, ibidem.

45 Silvia Federici, El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo. Madrid. Traficantes de Sueños. 2018.

46 Rita Segato: La guerra contra las mujeres. Madrid, Traficantes de Sueños, 2016.

47 Rita Segato, ibidem.

48 Marcela Lagarde y de los Ríos: El feminismo en mi vida. Hitos, Claves y topías, cap. “Amor y sexualidad. Una mirada feminista”, México, Instituto de las Mujeres del Distrito Federal, 2012.

49 La Nación, “Diana Maffía La aspiración del feminismo no es pasar de dominadas a dominantes”, 19.12.2018.

50 Mariana Carbajal: “Entrevista a la antropóloga Rita Segato, una estudiosa de la violencia machista. El problema de la violencia sexual es político, no moral”, en Página/12, 16.12.2018.

51 Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (Cedaw – ONU), Recomendación General nro. 35, 26.7.2017.

52 Perfil, “Gráficos | 2019 fue un año récord en femicidios: hubo cerca de uno cada 24 horas”, 1.1.2020.

53 Oficina de la Mujer (CSJN): Datos estadísticos del Poder Judicial sobre femicidios – 2017.

54 Oficina de la Mujer (CSJN): Datos estadísticos del Poder Judicial sobre femicidios – 2018.

55 Marcela Lagarde, ibidem.

56 Iñigo Domínguez: “Dacia Maraini: “Antes las mujeres se callaba, no hacía falta matarlas”, en El País, 4.5.2019.

57 El Patagónico, 21.3.2019.

58 Página/12, 3.8.2016.

59 Crónica, 6.5.2019.

60 Aruguete, Natalia: El poder de la agenda. Biblos, 2015; Adrián Duplatt; “Brujas, mujeres y lenguaje” y “La construcción social de la mujer en los avisos clasificados de sexo: mercancías al paso”, ambos en Narrativas, www.narrativas.com.ar. Sobre las funciones del discurso como poder, Adrián Duplatt, “Entrelíneas”, Narrativas, www.narrativas.com.ar.

61 Patricia Valli: “Con 30% de mujeres en los medios, solo un cuarto llega a la dirección”, en Perfil, 25.8.2019.

62 Esteban Zunino: “Periodismo patriarcal”, en Letra P, 18.12.2018.

63 Infobae, 6.5.2015.

64 Animal Político, en Vanguardia / Mx, 15.4.2016.

65 Poder Judicial de la Nación, Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil n° 20, Ana Inés Sotomayor, jueza.